viernes, 2 de octubre de 2009

¿Cualquier tiempo pasado fue mejor?


Hoy en día, cuando frecuentamos los restaurantes más de moda, nos encontramos con que, muchas veces, la presentación de los alimentos es más importante que los alimentos en sí. Es ya un tópico que, quien va a comer a un local famoso por su vanguardismo culinario, por fuerza ha de salir con hambre. Los cocineros parecen cuidar más la armonía cromática y espacial de sus creaciones gastronómicas que la satisfacción del paladar de sus clientes. Hemos caído en el más puro minimalismo, incluso en la ornamentación de mesas, manteles, vajillas… por así decirlo, el arte culinario se vuelve esencial, mínimo. Quedan atrás los gloriosos tiempos de los banquetes romanos, como el que nos pinta Petronio en su novela El Satiricón
O los grandes festejos de la edad media y el renacimiento, o incluso la pompa solemne del barroco, donde los cocineros consideraban una cuestion de honor personal el éxito de un nuevo plato, llegando a suicidarse ante el fracaso como le ocurrió al más glorioso chef de tiempos de Luis XIV. En aquellos tiempos la fantasía y la imaginación se codeaban con la opulencia y el hartazgo, llenando a la vez los ojos y los estómagos. Y qué decir de aquellas auténticas joyas del arte como el famosísimo salero de Benvenuto Cellini, las copas de cristal veneciano, las fuentes de plata y de oro, los cubiertos labrados… todo eso se ha perdido en pos de una cocina que cada vez busca más el arte de lo mínimo, de lo esencial. La pregunta es, ¿no estaremos cayendo en la vulgaridad y el esnobismo en nuestra pretendida búsqueda de la belleza?

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