viernes, 2 de octubre de 2009

La sofisticación.



Desde la Antigüedad los pensadores se han percatado de la diferencia existente entre el ser humanos y el resto de animales. Aristóteles nos definió de la siguiente manera: "El hombre es un animal racional".

Es evidente que participamos de la naturaleza animal. Como seres vivos, necesitamos cumplir las funciones vitales para sobrevivir. El primer instinto de cualquier animal es el de la supervivencia. Sin embargo, el hombre, por ser racional, precisamente, no está determinado por sus instintos. Los animales ante los instintos sólo pueden responder de una manera, asintiendo. No contemplan ninguna opción. Los instintos son imperativos. Los seres humanos, en cambio, aunque tenemos instintos, podemos dejarnos llevar por ellos o ignorarlos. Incluso podemos ir en su contra. El ser humano es libre.

Por esta libertad, el ser humano puede ir incluso contra su instinto de supervivencia y ponerle fin a su vida o hacerse daño a propósito. Ningún animal haría esto. De este modo, queda claro que la supervivencia no es lo fundamental para el hombre.

El hombre supera la mera supervivencia. Una vez tiene asegurada su vida, y se encuentra en un entorno confortable comienza a preocuparse de otros asuntos. El hombre desea conocer, crea arte, disfruta. La supervivencia es el primer nivel, pero no es el único, y una vez lo superamos, comenzamos a sofisticarnos.

Así, la nutrición, una vez superado el primer nivel, se convierte en algo más que un indispensable para la vida. Se convierte en un placer y en un arte. La gastronomía es para el hombre algo natural, por su naturaleza racional. La gastronomía es la sofisticación de la nutrición.

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